Hoy tengo el propósito de dar a conocer el caso de Leonardo, un perro extraordinario y muy peculiar. No recuerdo haber conocido a un perro igual, porque Leonardo no es cualquier perro, no todos los días se trata con un perro viajero en el tiempo. Sí, han oído bien, un perro viajero. Leonardo ha visitado la Gran Muralla China, la Isla de Pascua, el monte Rushmore, Stonehenge o el Taj Majal entre otros muchos lugares; pero no solo eso, sino que, además, ha convivido con cavernícolas, mesopotámicos, egipcios, emperadores romanos,  artistas renacentistas y barrocos y demás personajes históricos. Lo mejor de todo es que lo ha hecho sin separarse de su antigua dueña, Elisa, una sabia lectora y escritora de más de setenta años que no dudó un solo segundo en instruir a su perro en el arte de la escritura histórica y de ficción. Así pues, Leonardo pasó sus dos primeros años de vida escuchando las historias de “Alicia en el país de las maravillas”, “Matilda” o “La telaraña de Carlota”. Cuando fue algo más maduro, siguió nutriéndose con los clásicos de la literatura como “Orgullo y Prejuicio”, “La divina comedia”, “Hamlet” o “La Iliada”. Compaginaba la lectura con la corrección de los borradores de las futuras novelas de su querida dueña y compañera, convirtiéndose, así, en el primer editor canino, importante cargo que mantuvo en secreto.

Tanto se esmeró su dueña en enseñar y acostumbrar a Leonardo a la lectura y escritura que, tras la trágica muerte de la anciana, Leonardo se ha dedicado a escribir sus memorias en las que narra y recuerda las innumerables tardes sentado a los pies de Elisa, disfrutando al calor de la estufa de historias que han cambiado su vida, su propia historia.

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